Salto del Buey, reserva que merece cuidado
Reserva Natural Salto del Buey, un sitio que atrae por la particular belleza, la densa capa vegetal y porque se está posicionando como destino del turismo.
Por Duglas Balbin
En febrero de 2016, la Alcaldía de Medellín le hizo un llamado urgente a la población: reducir el consumo de agua. En ese momento, el país experimentaba el Fenómeno del Niño, debido al cual en enero de ese año “los aportes de las fuentes de agua que abastecen el sistema de acueducto del Valle de Aburrá fueron del 30% con respecto al promedio histórico”, comunicó EPM al hacer referencia a la severidad de la coyuntura climática.
Ya entonces, después de varios meses del evento climático, el consumo general de agua había bajado en 1.3% en todo el Valle de Aburrá (zona metropolitana de Medellín) pero la meta de las autoridades y de la empresa proveedora del servicio era disminuirlo en 10%. Era tan complejo el panorama del abastecimiento, que había suspensiones programadas en algunas zonas del oriente y el occidente de Medellín, específicamente.
En los 10 municipios del Aburrá habitan algo más de cuatro millones de personas, según las proyecciones del Dane. Buena parte de la provisión de agua para esa población depende de fuentes que están por fuera de la subregión. Una de esas es el Río Buey, que alimenta el sistema en temporadas como la vivida en aquel 2016 y en las cada vez más intensas épocas de sequía.
El Río Buey tiene un valor incalculable, afirma la ingeniera forestal y magister en Medio Ambiente y Desarrollo, María del Pilar Restrepo. En su opinión, para la seguridad hídrica que se requiere, es importante mantener en calidad y cantidad las fuentes abastecedoras. Cree que hay una buena oferta, pero que son necesarias las acciones de conservación y la protección de los ecosistemas.
Llamado a proteger el Salto del Buey
Habían pasado las 4 de la tarde y aún la luz del sol intenso brillaba sobre el cañón, a donde 24 personas convocadas por la comunidad Ciclo Siete acudieron el sábado 23 de abril para reafirmar una vez más el propósito: un llamado a la acción.
Arribaron en la mañana, después de recorrer 65 kilómetros desde Medellín (los últimos 23 en bus escalera desde el casco urbano de La Ceja). El grupo de visitantes se internó en la Reserva Natural Salto del Buey, un sitio que atrae la atención por la particular belleza, la densa capa vegetal y porque se está posicionando como destino del turismo.
La ingeniera Restrepo era una de las participantes en esta segunda jornada de la Semana por la Sostenibilidad en Iberoamérica que anualmente programa Ciclo Siete y que conecta a aliados, entusiastas y a todo aquel que esté convencido de que el desafío por un mundo sostenible demanda compromisos y acciones constantes, por pequeñas que sean.
Precisamente, poco antes del mediodía, bajo el fuerte sol, el grupo de visitantes caminó unos 60 metros por entre un cafetal para llegar a una pendiente donde Nicolás Antonio Echeverri, experto en paisajismo, tenía dispuesto el terreno para que sembraran árboles, uno de los propósitos del viaje. Hacía notar Nicolás, mientras daba las explicaciones pertinentes para quienes -quizá- no frecuentaban una actividad como esas, que estaban en un monte virgen.
Complacido, habló sobre las especies que había preparado: carbonero blanco, que puede crecer hasta 15 metros y es atractivo para los colibríes; guásimo, que provee alimentos a varias aves y puede alcanzar ocho metros de altura; el árbol loco, que llega a 20 metros; finalmente, Chiriguay y Tronadora. Esta última, de muy buenas referencias para la salud porque sirve para los resfriados, la fiebre, los problemas renales y para la diabetes tipo 2, algo que en una rápida búsqueda confirmó Carolina Castaño, ingeniera que durante varios años ha estado comprometida con Ciclo Siete y que, por demás, tiene experiencia en siembra de árboles en los municipios de Itagüí, Sabaneta (reserva La Romera), en Angelópolis (suroeste de Antioquia) y en las vecindades de su casa, al occidente de Medellín.
Uno a uno, los 24 citadinos fueron sembrando las cerca de 30 plantas que entregó Nicolás, sin descuidar sus instrucciones y -para algunos- superando la dificultad de lidiar con una pala para abrir el hoyo mientras hacían el esfuerzo para conservar el equilibrio en la cuesta. Alejados del ruido y los afanes de días ordinarios, tenían en ese momento cuerpo y mente en función de hacer bien una tarea que, según Alejandro Zapata Arango, tiene un simbolismo especial. “Estamos regenerando; esto es apostarle a la vida; es la esperanza que hay tras una siembra; de volver a ver a un país con cobertura como la tuvimos en otra época”, explicó el líder de Ciclo Siete.
Minutos antes, Alejandra Ríos García, quien habita hace tres años en la Reserva Natural del Río Buey, se refería ante todos a lo que significan lugares como ese para conectar con flora y fauna. Al lado de Amatista, su pequeña hija, valoró el turismo consciente (que supera la simple visita para tomar fotos). Y se refirió al valor de las plantas: debemos comprender que la familia incluye plantas, pero que culturalmente nos han creado en una burbuja, alejados; en cierto modo, separados de la naturaleza. Pero lo que hay que entender, resumió, es que somos uno, que esto hace parte de nosotros; y que los árboles tienen vida y consciencia, por algo buscan la luz del sol…
Un salto a la oxigenación
Verlo desde arriba, a unos 10 minutos de la zona hasta donde podía llegar el bus escalera, impacta. Pero tenerlo cerca, sentir la fuerza de la nube de brisa fría que genera y moja; y entender por qué es una fábrica de oxígeno enclavada en ese cañón gigante, es otra cosa.
Para estar ahí hay que tener la mejor disposición para descender por un camino estrecho, cuyo tramo más complejo es empinado y dispone de escalas en cemento o piedras. Desde la zona donde están el café, el restaurante, los baños y otros servicios que ofrece el operador en la Reserva, el sendero hacia la caída del Salto puede tener 600 metros de extensión. La parte difícil exige buena dotación y mejor estado físico. Lo recomendable es no intentarlo en solitario, desocupar las manos, no llevar peso adicional excesivo en la espalda, usar ropa cómoda, zapatos con buen agarre. Estar hidratado y con calorías. Y baje despacio, use las cuerdas para sostenerse y los pasamanos de madera; opte por continuar sentado, incluso, en tramos donde la humedad le puede causar un resbalón o una caída. Haga pausas, respire profundo, alimente la vista, hidrátese. Lo importante es que llegue bien para que disfrute el paisaje. Y para que tenga las fuerzas con que debe emprender el ascenso por el mismo sendero.
La sensación allá abajo es incomparable. En ese instante, cuando el grupo de los 24 terminó la bajada, había al menos otras 25 personas pisando las rocas frente a la corriente que cae desde más de 90 metros, según el cálculo que manejan guías como Leonardo Bedoya, quien acompañó al grupo de la comunidad Ciclo Siete desde La Ceja.
Capacitado como tal, está formalmente dedicado a acompañar a los visitantes asiduos y esporádicos desde hace cuatro años. Y tiene, desde luego, el conocimiento de la zona. Fue él quien explicó que al salir de La Ceja la vía que inicialmente tomó el bus escalera (la chiva, como se le conoce en Colombia) es la misma que conduce hacia el casco urbano de Abejorral. Y para llegar a la Reserva Natural Salto del Buey, hay un desvío hacia la vereda San Rafael y luego otro hacia el corregimiento El Guaico, en cuya jurisdicción está el Salto. ¿Por qué del Buey? Es una pregunta recurrente. Y su respuesta es que, según la historia, esa zona estuvo habitada por los Tahamíes, indígenas que ocupaban diversas partes del oriente antioqueño. Según su versión, esa comunidad cultivaba algodón y explotaba oro. En algún momento, ante la llegada de los colonizadores, la reacción al saqueo fue la huida y una de las acciones particulares fue lanzar por el salto algunos bueyes cargados con oro.
Ese es el peso de la historia de un lugar que, a Lina Alvarado, comunicadora y consejera de Ciclo Siete, le pareció maravilloso, porque realmente sintió una liberación de energía y una recarga. Con el doble ejercicio de sembrar un árbol y disfrutar del Salto, cree que en la Reserva hay realmente una conexión con la naturaleza. En particular, considera importante tomar consciencia, a partir de experiencias como la promovida por Ciclo Siete, sobre lo que significa sembrar y sobre la necesaria conexión con la tierra. “Hay que crear más consciencia sobre con quién compartimos la naturaleza”, expresó.
Sara Álvarez es comunicadora y tuvo la sensación de que valió la pena estar allá porque pudo reconectarse con la naturaleza. “Porque se siente una energía de la naturaleza; porque uno siente el empuje del salto y es como si lo estuviera recargando”. Natalia Arboleda, ingeniera química, disfrutó haber podido sembrar un árbol por el hecho de haber podido dejar “un grano diminuto en estas montañas; quizá vuelva y lo recuerde”. La que también se propone regresar para ver lo que plantó es la ingeniera de Software Marcela Arboleda, complacida por haber disfrutado de la reserva. “Uno se siente chiquito, siente la energía, el impacto de la belleza”, resumió, tras señalar que es amiga del mar y las cascadas; y por eso vio la convocatoria de Ciclo Siete y no dudó en sumarse.
La reserva natural Salto del Buey que tan buenos comentarios generó en el grupo y que sorprendió por la exuberancia, es zona protegida, hizo notar Alejandro Zapata Arango. Es decir, se trata de un área con valores excepcionales en función de la biodiversidad y los servicios ecosistémicos que presta.
Al hacer referencia al significado de la reserva Salto del Buey, María del Pilar Restrepo lo expresó claramente antes de emprender el viaje de regreso en el bus escalera: para quienes no trabajan en lo ambiental, es fundamental la sensibilización para entender que son fábricas de agua; porque el que comprende es más consciente. De ahí, agregó, la importancia del cuidado y además la fortaleza del cuidado en red. Por eso ratificó el valor que tiene la tarea de educación que cumple Ciclo Siete y subrayó que cuando se sale a campo, cuando se recorre, uno puede percatarse del estado del territorio y de las acciones que se están cumpliendo.
A la reserva, que está debajo de la autopista aérea por donde se aproximan los aviones hacia el Aeropuerto José María Córdova, están llegando hasta 3.000 personas cada mes, estima una de las colaboradoras del operador turístico. Pero hay fines de semana en que pueden llegar 500 visitantes. El reto está en posicionar el destino; pero, copiando lo afirmado por Alejandra Ríos, su habitante, no como un lugar para sacar buenas fotos. Ni para simplemente sentir la adrenalina mientras el cuerpo está suspendido en un cable durante 20 o 30 segundos en el recorrido de 300 metros de un lado al otro del cañón. Lo fundamental es estar allá para entender el valor que tienen lugares como ese, que son fuentes de vida; y más sabiendo que respaldan la ciudad capital donde habitan millones -a 65 km- cuando el agua escasea.